domingo, 24 de agosto de 2014

LA CASA DEL CARIÑO - CUENTO


“LA CASA DEL CARIÑO”

Cuento coqueto.

La elegante Casa o Casona del Cariño se ubica en la calle Revela 179b en la deleitosa provincia de Arica, la puerta norte de Chile, cerca y al frente de la playa Chinchorro. Un lugar acogedor de dos pisos, con 50 habitaciones tapizadas y emperifolladas sensualmente, una gran pista de baile con un escenario de alfombras y baldosas elegantes, un anchuroso y hermoso jardín, un pequeño casino, un bar, una zona de producción de espectáculos que incluía vestuario, maquillaje, peluquería, sonidistas, tramoyistas y mucho más, y un amplio estacionamiento que no se ve desde afuera, para proteger la identidad de los honorables invitados y visitantes, más una habitaciones anexas, de la 51 a la 60, con precios populares, por eso las señoritas que aquí ejercían sus funciones eran del equipo B o segunda división. Ambos equipos no se rozaban en su quehacer laboral. Las femíneas servidoras públicas del equipo A, siempre bien vestidas y cordiales, atienden de martes a domingo desde las 20 horas y hasta las 6 de la mañana, en horario continuado. Entre las 17 y 19 horas todas las sugestivas señoritas van al gimnasio y al jacuzzi de la propia Casona, con el propósito de custodiar el peso, la silueta y el cutis, y mostrar así siempre una buena condición física y bello semblante. El trabajo a veces es agotador y se requiere de una adecuada preparación, casi atlética, más unas charlas de protocolo y temas afines. La predisposición corporal y mental debe ser la de una triunfadora, la de una artista llena de magia y trucos. Ninguna de ellas arruga o se acalambra en el campo de juego. Utilizando la tecnología de punta, la de tercera dimensión, sonido sensurround y otros, a las cortesanas se les capacita en el kamasutra, gimnasia china y otras elasticidades, la mayoría de las veces con coreografías, lencería y los ajuares apropiados. Por eso el talento y el peso adecuado son indispensables. El maestre no escatimará esfuerzos en presentar los mejores productos lascivos de Sudamérica, del continente. Como el lugar es refinado e internacional las altas tarifas de la prestación en la gran mayoría de las funcionarias no son un problema. Cada número vale lo que se cobra. El lunes todas las evas descansan obligadamente porque la legislación laboral se respeta, en todos sus tópicos, sin efugios. La soñada Arica, de 700 mil habitantes, es: la ciudad de la eterna primavera, con valles, palmeras sin cocos, desierto y playas; un sitio afrodisíaco y único y con un clima espectacular; un lugar magnífico para promover los ideales del maestre, que es el anfitrión, administrador y propietario de la Casona, en la cual también se presentan variados números de baile y muchos otros productos. Algunas de las damas trasnochadoras también son artistas sobre las tablas, bailarinas cachondas sobre todo. Al maestre le preocupa mantener en alto las banderas de la magia sexual, del arte y del afecto. El cliente debe irse jubiloso, relajado, acariciado y con deseos locos de volver, de hacernos publicidad entre sus amigos y conocidos de billetera gorda. El libro de quejas continúa ocioso y las únicas lamentaciones son cuando deben partir a sus píos domicilios los relajados convidados. Cuando el visitante se acerca a la siempre femenina muchacha debe decirle algo así como: “Tendría la dama la gentileza de acompañarme a su nido” a lo que la servidora pública le contestará con una sonrisa y pestañeos: “Ya que insiste el caballero, le acompaño encantado”. De esta manera, los dos se van a la habitación fija que el anfitrión le asignó a la doncella, con esa galanura que no se desvanecerá; por eso en la entrada de la Casona la portera le entrega un sombrero de copa a cada varón que lo desee hambriento de ternura, como símbolo de la elegancia. Aterrizan en la morada del afecto todo tipo de personajes y perfiles sicológicos o emocionales. A la hora de mimarlos, no se discrimina. Todos poseen un espacio, o mejor dicho una alcoba, incitante.

Nunca supe si “el exorcista” era o había sido sacerdote o un predicador o si simplemente le agradaba, por amor a Dios, expiar el alma de las mujeres nocturnas y supuestamente descaminadas. Pagaba al contado su hora feliz, sus sesenta minutos de fruición. Los horarios eran flexibles, los honorarios no, porque el cliente siempre tiene la razón, una vez cubierto los costos. Se apersonaba en la Casona discreto, vestido de negro azabache, con un rostro de religioso severo, una vez al mes a lo menos y con un bolso en al cual portaba una gran cruz, un catecismo, una pequeña estatuilla de la Virgen de Guadalupe, agua bendita y otros elementos purificadores. Siempre pedía a Rosina, su inspiración favorita y contundente, en su habitación 13. Cada damisela tenía su propio y alhajado cuarto. Ella, en condición de penitente, corría hacia él cuando lo divisaba en el mostrador de la recepción y caja.
-Rosina, buenas noches, que gusto tan grande de saludarla nuevamente, ¿tendría usted la gentileza de autorizarme a acompañarla a vuestros aposentos, si es que no la contrarío? –dice un complaciente exorcista.
-Ya que el caballero insiste, por supuesto, acompáñeme de inmediato, que estoy siempre preparada. Será todo un honor –contesta una concupiscente Rosina, que se lo lleva de la mano a su habitación 13, caminando como si fueran novios recién casados saliendo de una iglesia, adicionando de esta forma delicadeza al apareamiento reconfortante-.
Una vez allí el exorcista saca de su bolso una estola y una cruz y ella se desviste, no totalmente, y él empieza con su severa y limpieza mensual impar.
-Satanás, sal de este pecaminoso cuerpo, de lujuria y perdición –le apunta con la cruz en posición vertical, a sus senos-, en el nombre de Jesús, María, el sacristán, los beatos y absolutamente todos los santos apóstoles ¡ahora! Satán, con la fuerza que me da la inmaculada Madre Iglesia, te reprendo ahora y aquí mismo, ¡Apártate del cuerpo de esta meretriz en este instante! Y tú, hembra extraviada –la mira con los ojos desorbitados-, ¡pídele perdón a Dios por tus portentosas e incesantes ofensas! ¡ahora, ahora mismo! –expresaba un concentrado y leído exorcista.
-¡Perdóname Dios, perdóname! Enmendaré el rumbo desde mañana, te lo prometo, te lo prometo – contestaba con intensidad una Rosina que conocía y observaba todo el formato del lavado.
-¡Que las tinieblas sean expulsadas de este espantoso lugar y del alma de esta pecaminosa mujer, en el nombre del Todopoderoso!
-¡Perdóname Señor, perdóname! –proseguía y proseguía ella, involucrada totalmente en su rol de oveja negra putrefacta.
Así estuvieron los sesenta minutos acostumbrados, que no sintieron. Él intentaba higienizar su alma con pasión, rezando y profiriendo las expresiones adecuadas, y ella, le pedía perdón a Dios angustiándose cientos de veces, porque él se lo ordenaba. El maestre, escoltado por su secretario privado Pretorio, golpea la puerta de la habitación y conversa con el liberador de demonios, con su celoso cronómetro en la mano.
-Estimado exorcista, disculpe que lo moleste, los sesenta minutos se acabaron, –le comunica el maestre, calmosamente.
-Discúlpeme mi torpeza anfitrión, el tiempo se me pasó volando. De inmediato le cancelo sesenta minutos más –dice el exorcista, con billetes grandes en la mano.
-Gracias mi estimado exorcista, puede continuar entonces una hora más. Disculpe mi impertinencia- dice el anfitrión muy formal, y se retira de inmediato del dintel de la habitación.
-Rosina, toma ahora tu buena propina y extendamos la jabonadura –le dice el exorcista con afecto y dándole besos en la mejilla y en la frente.
-Gracias, muchas gracias mi generoso purificador de almas. Siempre eres igual de desprendido conmigo. Gracias. Cuando no vienes, te echo de menos. Ahora continuemos, por favor –dice una alineada Rosina.
-¡Lucifer, sale de este centro de perdición, del cuerpo de esta mujer de alma impía! –señalaba e insistía con vigor el arrebatado aseador de almas ajenas.
Después de algunos párrafos manumisores, Rosina lo acostaba en la cama desnudo y lo manoseaba entero y se le entregaba dulcemente subiéndosele encima sin mostrarle los senos totalmente, por pudor, y con su alma más limpia, como exponía él. Él, que se dejaba amar, no le tocaba a ella las zonas púdicas porque se sentía sucio, sólo la cintura, brazos, rostro, espalda y piernas. El exorcista se iba dichoso a su casa, sin ese rostro severo, con su sacramentado bolso y esa sensación apócrifa del deber cumplido. Rosina, con creativas adulaciones, le suplicaba que volviera: “Te amo mi querido exorcista, regresa pronto. Mi espíritu se regocija al verte”.

Cuando al mesón de caoba llegaba “el violador”, pasaba al bar primero, uno de los ingresos pecuniarios estratégicos de la Casona. Su objetivo era “violarse” una por una a todas las servidoras públicas ocupando las 50 habitaciones, ya iba por la 27, de ese edén, más que carnal. Le correspondió a Marilyn, precisamente la escolta número 27, que al igual que todas, conocía el atlético libreto. Ella cambió ágilmente sus zapatos bermellones de taco por unas zapatillas. El violador, con un cuchillo de plástico en la mano, que traía en su chaqueta y que ya estaba autorizado, perseguía a su dama por el primer y el segundo piso, por el jardín, por el salón, por el bar y por todos lados, gritando bien fuerte: “¡cuando te alcance te voy a violar maldita mujer, te voy a violar, perra mal parida!”, a lo que ella respondía una y otra vez, por mientras corría, también alzando su “atribulada” voz: “¡por favor, por favor, no me toques, soy una buena mujer; pago mis impuestos y nunca le he robado al fisco, mucho menos con sobornos o licitaciones brujas!”. De esta manera, ocurría una y otra vez y nadie se sorprendía, ni las damas de la luna ni los visitantes, que se acostumbraron a que de vez en cuando un “violador” corriera “furioso” por los tapetes y recovecos de la Casona, persiguiendo a su “víctima” y gritando. Una vez agotados los dos, terminaron en la habitación 27. Sin causarle ni el más mínimo daño a Marilyn, el violador le quitaba la ropa despedazando con una bestial ira el vestido, las medias, los calzones y todo; y después la amaba con más pasión que agresividad, con frenesí, sin ningún rasguño. El violador pagaba el servicio, la fantasía, las zapatillas, el vestuario roto y todo, y se iba, algo avergonzado, cabizbajo y feliz. Las damas lo apreciaban por su sello teatral y aporte a la magia afrodisíaca. Todo ocurría en una hora. El maestre le aplaudía su originalidad y audacia y le dejaba las puertas del amor abiertas. Es que este dulce “sicópata” le daba un sabor distinto al sitio. La leyenda del “violador” de la Casona ha cruzado ya varias fronteras. Es un personaje tan comentado en tantos lugares y que la da tanta publicidad al nido de Chinchorro, que el propietario piensa en darle trato y precio especial. Algunos curiosos han querido ingresar sólo para verlo correr. El exorcista y otros no se quedan tan atrás. Es que la Casona es hechizos, embelesos, guiones, marrullerías, ardor y muchos roces tiernos y arrumacos por doquier.

Como parte de la política de reclutamiento del selecto personal el maestre se paraba en las esquinas nocturnas del placer de Arica y de otras ciudades, incluyendo el extranjero, buscando servidoras públicas que satisficieran los disímiles y antojadizos requerimientos de los asiduos de la Casona, y se encuentra con una atractiva joven, muy femenina y acinturada, como todas las jugadoras del “dream team” o equipo A. El anfitrión era un conservador y las señoritas debían actuar como tales, y ser educadas. También visitaba boites y locales nocturnos e invitaba a algunas damas, a las que escogía con pinzas a integrarse al linajudo ideario de la Casona. A las extranjeras, que contrataba como meseras o artistas, les tramitaba en la gobernación provincial la pertinente visa de trabajo respetando a cabalidad el reglamento de extranjería. El maestre no toleraba el abusar o aprovecharse de las servidoras públicas, de los seres indefensos, de las foráneas.
-Estimada señorita, ¿cuál es su nombre? –consulta el maestre.
-Si me paga media hora, que son 200 escudos, le respondo todo –contesta la joven de la esquina del placer, algo extrañada.
-Acepto. Aquí tiene 300 escudos y dígame, ¿cuál es su nombre?
-Mi nombre es Jennifer, estimado señor.
-Apreciada Jennifer, yo soy el propietario de uno de los nidos del deleite más respetados del país y de América. Usted es una mujer joven, curvilínea, atractiva y que se viste muy bien. La he observado detenidamente y en usted veo la lozanía perfecta para reemplazar a Olivia en nuestro “dream team” de la Casona de los afectos. Conviértete en una de nuestras leonas. A Olivia le ofrecieron matrimonio y se fue. Nos ocurre a menudo. Nos dio mucha tristeza su partida, mas el show debe continuar. Únase a nosotros, a nuestro designio.
-¿Usted cree que puedo ser una prostituta eficiente en la mítica y exigente casa que usted dirige?
-Jennifer, no menoscabe vuestro antiquísimo, inmortal e irremplazable oficio, por favor. Usted no es una prostituta, usted es una servidora pública, y yo que conozco hace años el negocio, diviso en tu curvilíneo cuerpo un talento que será fructífero. No utilices ese lenguaje, no te menosprecies. La genuina prostitución reside en la política, en la religión, en la banca, en los macroempresarios, no en una muchacha que ama físicamente a los varones, sin prejuicios. Los verdaderos corruptos han engañado a la gente a través de los siglos haciéndoles creer que la hembra que entrega su afecto por un justo estipendio es una ramera. Mentira, todo es una farsa. Este mundo es una completa farsa. Los que encubren los abusos a menores de edad, los usureros, los sobornadores, los lavadores de dinero, los criminales, los contrabandistas, los negreros, los poderosos que se roban todo empobreciendo a las multitudes, son los únicos degenerados, las únicas prostitutas. En lo tuyo hay hasta una vocación social. ¿Quién intimará con ese minusválido anhelante de afecto? ¿Qué profesional satisface las fantasías sexuales más estrafalarias e irrazonables de los desazonados caballeros? En mi local nocturno ganarás el triple y más, no pasarás frío y comerás bien, asesorada por nuestra nutricionista y las profesoras de baile y otras, que nos acompañan en nuestra nave del amor. Se una marinera más. Es una morada con todas las comodidades. Te desenvolverás como pez en el agua. Participarás de todas las capacitaciones que el fatigoso quehacer amerite. Eso sí, es obligación asistir al gimnasio y al jacuzzi, mantener el peso, la prestancia y asistir una vez al mes al ginecólogo, más otras exigencias que nuestro elevado profesionalismo demanda. Preséntate con mi contador el lunes y te contrataremos como danzadora del local. Residirás en la pieza 47, que es muy amplia y con un bello separador, como todas las otras, en la que podrás vivir y atender a tus admiradores cada vez que nos visite la luna, todos los días, excepto los días lunes. Yo como propietario cobro un 40% de comisión del precio final. Las propinas, regalos y prebendas te pertenecen en su totalidad. ¿Aceptas el irresistible desafío? –explica y pregunta el anfitrión con convicción.
-Si usted es realmente el dueño de ese refinado sitio, acepto. Iré el lunes. Gracias por la oportunidad. No le fallaré, se lo prometo. Esto es como cumplir un sueño. Me cuesta creer lo que me está sucediendo y no sé si doy digna de tan alto honor –expresa Jennifer con humildad y espíritu industrioso.
Las compañeras de labores le dieron a la veinteañera Jennifer una bienvenida fachendosa, con globos y champagne. Se sintió a gusto de inmediato y demostró ser hacendosa y responsable desde un principio. Algunos la pedían sólo a ella, por sus curvas y vaivenes naturales. El maestre otra vez no se equivocó. Advertía la idoneidad desde lejos. La carrera de Jennifer era prometedora. La chica 47 ya era titular de ese equipo, que siempre consigue muchas victorias en el rectángulo de cuatro perillas. Apegado al ritual, ella fue bautizada con champagne en el jacuzzi, vestida con túnicas blancas, al igual que todas las guerreras.
Un día se presentó ante el maestre una morena brasilera de senos grandes con algunas pertenencias, de nombre combativo Garotiña. Había sido seleccionada por un concurso electrónico que el anfitrión organizó en la cual las postulantes presentaron un set de fotografías en diferentes situaciones coquetas, sueños y su curriculum vitae al correo electrónico del propietario. La Garotiña ejercía sus funciones en un prestigioso local de Río de Janeiro, pero la ambiciosa morena quería un ascenso en su carrera, agrandar su palmarés, internacionalizarse. Su baile de samba adentro de una copa gigante y luminosa de vodka se convirtió en uno de los números aplaudidos en las noches que se presentaba. Más conmoción causó su piel y sus senos grandes. Un día fue tanto que se hizo una subasta para determinar a los tres que la iban a galantear desnudos esa noche, extraviándose en sus montañas. Ella era la chica 22.
Brigitte, la chica 51, del módulo B, también era una penetrante bailarina sicalíptica que el maestre, que era su representaste artístico, presentaba en diferentes sitios y ciudades. Una vez presentando su danza ante los 1700 trabajadores de la empresa minera Los Palitroques tuvo un éxito tal que la contrataban para despedidas de soltero y otros eventos masculinos. El anfitrión facturaba casi todos los días de la semana por ella. Como 150 obreros esforzados y bien pagados querían visitar a la bailarina en la intimidad de su pieza 51, el maestre y el sindicato, en representación de los trabajadores de la mina que se enamoraron de ella, firmaron un acuerdo que en sus puntos más importantes señalaba:
-El sindicato arrendará por unos dos meses completos a Brigitte, con exclusividad.
-Los trabajadores se comprometían a reunir el dinero de la conveniente tarifa acordada con el representante y el maestre, que sería depositada fraccionadamente en su cuenta corriente, según el “recibí conforme” de los proletarios. Al gerente general se le atenderá gratis.
-Brigitte amará con ímpetu y su indumentaria de bailarina a cuatro o cinco pretendientes de Los Palitroques por noche hasta llegar al último.
La chica 51 que ya no tenía precio internacional en sus quehaceres laborales por sus 42 años de edad, era accesible para mineros ahorrativos y entusiastas. Y así fue, todos cumplieron el acuerdo de caballeros. Brigitte amó con robustez a cuatro o cinco admiradores por jornada hasta completar la cuota de 150. Algunos obreros que disfrutaron de su compañía le llevaron rosas rojas o poemas. A veces el romanticismo y la literatura se apoderaban de los nidos del amor. Este mismo trato lo hizo con los operarios de varias otras empresas prósperas. Las colegas de cariño le decían “la empresaria” a la 51. Como todas las funcionarias de la Casona estaban desparasitadas y perfumadas, la prestigiosa ardentía o temperatura alta era segura. El fuego devorador de las servidoras públicas no era un mito urbano. Eran unas leonas. El maestre era intransigente en la fogosidad de sus funcionarias. El rendimiento amatorio de “la empresaria” no ha sido superado. Ella es un paradigma, el prototipo de la acompañante perfecta de un colectivo.
El 8 de diciembre del año 2030 el maestre detiene las coreografías del tablado para despedir o jubilar a Naomi, quien cumplió brillantemente 20 años de servicio, y se dirige por el micrófono a todos, con una emoción contenida: “Damas y caballeros para mí es un honor despedir en esta noche de la Casona del Cariño a Naomi, quien prestó sus servicios ininterrumpidos durante fructíferos 20 años. Así como los prelados se retiran a los 75 años de edad, nuestras doncellas concluyen con su estremecedor trabajo en el equipo A a los 40 años; es parte de nuestro código que no es tan canónico. Ella es un ejemplo para las nuevas generaciones de escoltas. Y escuchen las más jóvenes, Naomi nunca se quejaba y siempre puso todos sus esfuerzos y caricias con los distinguidos varones que nos acompañaron gustosos estas dos décadas. Ella deja una huella y una marca muy difícil de superar. Las nuevas funcionarias veían en ella una líder leal, una consejera noble, una profesora afable, sobre todo con las damiselas que quisieron consumir sustancias extrañas o que quisieron desviarse del buen camino. He recibido conmovedoras cartas reservadas de agradecimiento de parlamentarios, religiosos, empresarios y otros clientes, que tuvieron el privilegio de ser acariciados por la delicada servidora pública que hoy se nos va. Sin más preámbulos, dejo con ustedes en sus últimos vocablos en esta madriguera del amor, a Naomi”.
“Damas y caballeros –ella intenta mantener la compostura-, les comunico a todos ustedes que fue un honor ser una dama de compañía durante dos zarandeadas décadas en este nido del afecto vehemente. En cada jornada puse todo de mí. Siempre me acicalé y me alimenté adecuadamente e hice todos mis ejercicios y tareas. Y de mis admiradores solo recibí palabras afectuosas y más de algún aplauso. Desde ya pido disculpas -caen algunas lágrimas- si en algo me equivoqué o si en algún momento no puse todo el esfuerzo que las circunstancias ameritaban. No soportaría ser un mal ejemplo a las colegas, a las chiquillas. Me retiro con la frente en alto. Literalmente entregué mi piel y mi ser. Nunca arrugué y siempre fui puntual y movediza, por obesos o gigantes que fueran los caballeros. Nunca saqué la vuelta o presenté licencia médica. Mis sagrados deberes eran lo primero. Siempre pensé en el prójimo, en ese otro que ingresaba anhelante a mis agitadas sábanas. Vendrán nuevas y frescas flores a adornar este prestigioso jardín. Nadie es irremplazable. Por alguna razón, siento un vacío dentro de mí, mas debo partir. La chica 36 les desea lo mejor. Y como me dijo un transpirado italiano después de ponerse la camisa muy contento: “arrivederci””. Todos los presentes, sin excepción, levantaron su copa de champagne francés y le cantaron a Naomi el himno “Llegó la hora de decir adiós”, por mientras caminaba a su nido con su último acompañante, que la pidió con ruegos. La gente y sus colegas la siguieron y se detuvieron en la habitación 36 con halagos y una ovación. La conmoción era insostenible. Naomi con un pañuelo blanco saluda desde el dintel de su puerta a esa improvisada y pequeña aglomeración que vino a despedirla. La chica 36 cerró la puerta como una mariposa y amó con desenfreno, como era su costumbre, a su postrero galán. En su alma portaba toneladas de melancolía, que se subieron al avión con ella. Una historia de ahínco terminó, y la fiesta perenne continuó.
El “comando” se presentaba trimestralmente con su casco, bototos, pistolas y metralletas de plástico y su uniforme de militar. Dentro del ramillete optó por Sabrina, a la cual le entregó un disco compacto con marchas militares que incluían cañonazos, ruidos de aviones y balaceras, como en las películas sobre Vietnam. A él le gustaba marchar por todos lados. Si bien el volumen era ensordecedor, las piezas estaban acondicionadas para neutralizar la contaminación acústica y todo tipo de ruidos. La chica 10 se puso pintura de guerra en la cara y en parte de su cuerpo, más una boina, una cantimplora y otros elementos belicosos que incluían el que ella marchara con él dentro del nido, con estricta marcialidad. Él le daba órdenes con voz potente y ella obedecía como soldado raso. Concluida su “batalla” en la cima del colchón, el comando se retiraba vestido de civil y con su uniforme, material de guerra y disco en su brazo. La chica 10 fue sometida a un régimen de silencio por un par de horas, salvaguardando así sus tímpanos.
Don Clodoveo, un acaudalado empresario, al que lo acomplejaba su disfunción eréctil, se presentó discretamente ante el maestre solicitando el tratamiento adecuado. Grace, que estudió sicología en la universidad un año y que conocía el tema dentro del campo de juego y que poseía experiencia en este quisquilloso lío masculino, aceptó el desafío de someter a terapia don Clodoveo con bailes, ungüentos y jacuzzi, más los trucos del amor. Obviamente en una hora era muy poco, así que pagaba sesiones completas que podían durar varias horas. Si bien el prestigio de la Casona estaba en juego una vez más, la chica 12 no falló. El maestre sabía lo que hacía y escogió a la sanadora y masajista perfecta. Dicen que don Clodoveo hasta recuperó su salud sexual y su sagrado matrimonio totalmente.
Las puertas de las habitaciones estaban adornadas con flores de plástico, por dentro y por fuera, con un epicúreo antejardín sobre la alfombra fina de color verde pasto que cubrían unos pasillos que daban la esporádica impresión de que se estaba en el campo, en la selva amazónica. Las parejas caminaban solemnes hacia las habitaciones, como si fueran novios. Un caballero podía solicitar cualquier dama en medio de la algarabía del salón. Sólo tenía que pasar por la caja y comprar el número de la señorita que lo había cautivado y acercársele con buenos modales solicitándole que lo acompañe a su nido.
El maestre era muy riguroso en obligar a las funcionarias a visitar al ginecólogo una vez por mes. Era un deber moral tener una salud apta para el servicio. Las bajas o desvinculaciones de la tamizada Casona por razones de higiene o conducta impropia fueron poquísimas. Hubo que enrielar a otras que se comportaban como futbolistas, obispos o parlamentarios. La probidad era un principio ético intransable en el maestre.
El “ensangrentado” era un varón musculoso y alto que pasaba primero a la sala de maquillaje a pintarse de rojo con el propósito de dar la sensación de que estaba algo herido y con sangre. Obviamente, Scarlett se “ensangrentaba” la cabeza y parte del cuerpo e ingresaba a la pieza 15 “muy herida” a entregarle su fuego y “dolores por doquier”. Las áreas de maquillaje, utilería, vestuario y producción era capaces de materializar los requerimientos más enmarañados o extravagantes. En algunas oportunidades se vestían al estilo Luis XVI o de cavernícolas o de persas o de monjas o de marcianas.
A la Casona también llegaban sacerdotes, pastores, rabinos, musulmanes, socialistas, socialcristianos, capitalistas, conservadores, liberales y todo lo demás. La tolerancia y el pluralismo eran totales, porque el único principio era el afecto. El maestre se indignaba sin controlarse cuando algunos clientes insinuaban que aquel sacro lugar era un prostíbulo. El siempre se defendía férreamente replicando que las únicas rameras eran la religión, la política, los banqueros, la concentración de la riqueza en pocas manos, los negreros, los macroempresarios, los violentos, los usureros, los fariseos y los abusadores en general.
El “bullanguero”, de más 60 años de edad, vestía sobriamente. Lo que sí era obligación, que Cleopatra pusiera en su nido 8 unos discos compactos, que tenían grabado con un alto volumen los insuperables gemidos orgásmicos de una mujer disfrutando del sexo desesperadamente y a cabalidad. Cleopatra ponía tres discos distintos a la misma vez, en los tres aparatos musicales que había en su dormitorio. Por la obscena bulla, las colegas adivinaban que el circunspecto “bullanguero” las visitaba.
La “estatua de la libertad” era poco requerida porque tenía relaciones sin moverse. Su rol era permanecer tiesa de principio a fin. Era más que nada una curiosidad.
“La monja”, o la chica 2, que se vestía como tal, si bien era insaciable y transpiraba la gota gorda en la lecho, obligaba a sus admiradores a rezar los tres minutos primeros antes de iniciar las tocaciones formales del temporal amorío. Al parecer padecía fiebre uterina porque era una máquina invulnerable en el cuadrilátero. Era toda una digna eclesiástica.
Al “gritón” era fácil de atender, sólo se requería de voluntad y ánimo. Britney debía desvestirlo y manosearlo sin disfraz ni nada usando métodos clásicos. Lo que sí en el acto sexual propiamente tal a él le gustaba gritar como Tarzán, utilizando variadas perspectivas, y después le pedía a su amada que gritara ella, lo más fuerte que pudiera, para terminar gritando los dos. El “gritón” se iba totalmente desestresado a su hogar. Veía en las funcionarias públicas unas terapeutas, entre otros.
Esta es una milimétrica parte de las cien mil historias de la Casona del Cariño, el nido que desde el año 1990 y durante 50 años entregó pasión y dicha a todos los hombres que fueron afortunados en conocer su arte, balanceos y embrujos. Existen tantas extravagancias, formatos y petitorios como mentes. Claro está, estos balcones del placer estaban pensados sólo para machos con una exigente sed sexual y dinero. No aceptaba los tríos ni las otras opciones. Todo era entre un caballero y una dama y punto. Era puritano en sus costumbres, como su santa madre. El maestre, con 80 años de edad cerró la Casona y se retiró de todo negocio, con un sentimiento de que cumplió su misión o apostolado aquí en la tierra. Por dedicarse de cuerpo y alma al prójimo, jamás se casó. Dicen que las estelas de los ardientes nidos se observarán por siempre. Los que pasan por ese lugar aún sienten un diminuto bullicio y verían luces prendidas en la oscura noche, como si fuera un crucero fantasma. La Casona es un poco como el Vaticano y el maestre como el Romano Pontífice, con la diferencia de que el anfitrión no participó jamás de la pedofilia ni del lavado de dinero. Así como los cardenales y políticos atienden en sus nidos a los poderosos, negreros y clientes regalones, las genuinas servidoras públicas atienden con esmero y muchísimas caricias a ese prójimo que las visita expectante. Las casonas de los cariños en sí jamás morirán, es parte de la naturaleza humana irredenta y su esencia es sempiterna. Es curioso, la fantasía del maestre era que cada esposa fuera una leona en su hogar, con todas las fantasías y embelecos del caso. Era todo un conservador que creía firmemente en la institucionalidad del matrimonio. El maestre siempre pensó que era el servidor público número uno de la república. Ninguna calle lleva su nombre. El maestre tenía la respuesta para la pregunta de los milenios: ¿quién es la genuina ramera, la gran ramera?¿Quiénes son los verdaderos “violadores” “comandos” y “ensangrentados” y pervertidos en la sociedad?¿Cuál es el epicentro de toda prostitución? Al igual que este relato, el maestre siempre fue un incomprendido.




FIN


Antología de cuentos
(Todos mis cuentos en un solo blog)
http://antologiacuentos.blogspot.com


Del blog índice “LAS SOTANAS DE SATÁN”.
http://lassotanasdesatan.blogspot.com